«Estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo»(Lucas 10,17).
Querida Ana:
Después de la lucha con la enfermedad durante largo tiempo, en el tramo final, cuando habías aceptado tu situación y la vivías con paz, te disponías a pasar unos días de descanso en tu pueblo, con el permiso de tu médico, para pasar unos días en familia, como lo hacías todos los años.
El Señor a quien tu repetías, estoy en tus manos, te cambió los planes y te llevó a un pueblo en otra dimensión, donde no hay luto ni llanto, donde todo sufrimiento acaba. El te condujo a una Gran Ciudad, la Ciudad del Dios Viviente, a la Jerusalén celestial. Somos ciudadanos del cielo y moradores de la Casa de Dios. Todo nuestro caminar está dirigido a la fiesta universal, donde están inscritos nuestros nombres.
Ana, tú siempre tuviste empatía con las personas que sufren, acompañaste a familiares y amigos, somos testigos de tu compañía siempre en las circunstancias adversas y de dolor que te salían al paso. Hemos sentido mucho no poder acompañarte en tu enfermedad, que ha sido larga y la has vivido en gran parte sola por la época de pandemia. Ya estarás acompañada de todos los que han partido antes que tú y que seguramente han salido a tu encuentro: Trabajadores militantes de las HHT y hasta el fundador de las mismas, don Abundio García Román, D. Antonio Algora y otros muchos que te han precedido. Todos habréis celebrado tu llegada, como miembro de la gran hermandad del Cielo. A ella nos encomendamos.
Somos muchos los que damos gracias a Dios por tu vida: tu familia, las Hermandades del Trabajo, los grupos de Iglesia donde te comprometiste, Parroquia, compañeros de trabajo, etc.
Gracias Ana, ayúdanos a caminar hacia el Padre, por el Espíritu.